Mi mamá tenía la virtud de tener trabajos de parto supremamente cortos. Ella lo atribuye a que hacía gimanasia y otros ejercicios de manera permanente, incluso hasta tocarse la punta de los pies en pleno embarazo.
En el último de sus embarazos, es decir el mío, mi mamá le avisó a mi papá, quien dormía con una pesadez como hipnótica que ya estaba a punto de nacer el hijo. "Un varoncito y es rubio", había profetizado ella que iba a ser. Pues mi papá con su capacidad de hablar dormido y no acordarse de lo que dijo, capacidad que heredé entre muchas otras, solamente atinó a decirle: "tómese una pastica y miramos mañana". "¿Mañana? Gonzalo, es en serio". El que fue mi padrino vivía en la casa de enfrente y se había puesto a la orden sin importar el momento que fuera necesario, para llevarla a la clínica. Mi mamá dice que de haber roto fuente yo habría nacido en el asiento del carro de Aicardo en vez de en el cuarto de San Alejo de la clínica donde finalmente ocurrió.
Hay que aclarar que mi papá era médico por lo que lo de la "pastica" reviste una gravedad aún mayor.
martes, marzo 21, 2006
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1 comentario:
Bueno..., qué puedo comentar. Suele suceder que en casa de herrero...
Todo lo mejor para Usted.
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